Radio Atalaya FM 107.3

sábado, 15 de enero de 2011

El bosque organizado

A nadie se le escapa que uno de los elementos que conforman el espacio de nuestra geografía y lo hacen de manera destacada, es el conjunto de olivos que llenan nuestros campos. El olivar, es la formación vegetal predominante en nuestra tierra, configurando su paisaje e influyendo en nuestra cultura y economía de manera fundamental.

Casi un 70% de la superficie andaluza, representa el olivar de los campos de Córdoba y Jaén, con más de millón y medio de hectáreas cultivadas. Más de la mitad de nuestras tierras del Sur de Córdoba, tienen al olivo como monocultivo y la producción de aceite de oliva supone una de nuestras principales fuentes de riqueza y empleo.

Viajando por las provincias de Córdoba y Jaén, y también por tierras de Granada o Sevilla, podemos contemplar preciosas vistas de ordenadas plantaciones en las que los árboles más centenarios, símbolo de la paz, nos acompañan de manera silenciosa y nos ofrecen salud y bienestar. Son los “bosques organizados” que llaman la atención a nuestros visitantes extranjeros que, asombrados, se preguntan y nos preguntan, cómo es posible tener estos magníficos bosques productivos. Su mantenimiento y cuidado no es objeto de la estética aunque produzca tan bellos y a veces inadvertidos paisajes.

El olivar, ese “bosque organizado” de nuestra tierra, nos identifica desde hace milenios y se convierte en piedra angular de nuestro modo de vida. Genera empleo y riqueza, mantiene el medio ambiente y se convierte en producción ecológica de la que surgen productos esenciales para la salud, gracias al oro virgen que se obtiene de las aceitunas.

Quizá buscamos demasiadas alternativas a la generación de trabajo y producción, cuando tenemos tan cerca una de las más sólidas formas de promoverlo. Cuidar el olivar es mantener nuestra riqueza. Mirar los campos de olivos es disfrutar de un entorno privilegiado que no debería pasar inadvertido, aunque nos sea tan cotidiano.

Los olivareros y olivareras de nuestros pueblos tienen que ser reconocidos como esa mano de obra imprescindible para labrar la tierra, preparar los olivos, recoger el fruto. La producción es nuestra y deberíamos apostar más fuerte por la comercialización en origen, para que toda la riqueza que se genera revierta en el territorio.

Lo mejor de todo es que, a pesar del paso de los siglos, los olivos centenarios se renuevan y es hora de reconocer cuánto de bueno nos ofrecen. Suponen esa manera ejemplar de vivir en contacto con la naturaleza, de ser respetuosos con el medio ambiente, de mantener una manera de vida que es uno de los mayores aportes de riqueza y salud para nuestros pueblos. Y además, nos permite ofrecer al mundo una de nuestras señas de identidad más significativas, que surgen de ese bosque organizado que, a modo de jardín interior, representa nuestra esencia y simboliza nuestra existencia.

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